La culpa en la alimentación: una trampa que refuerza el control y la insatisfacción corporal

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Cuando hablamos de culpa en la alimentación, es común pensar en esos momentos en los que sentimos que “hemos fallado” por comer de cierta manera, por elegir un alimento en particular o por no seguir al pie de la letra nuestras propias reglas autoimpuestas. Esta emoción, que muchas veces surge como una alarma interna, puede convertirse en un gran obstáculo en la relación con la comida y con nuestro cuerpo. 

¿POR QUÉ SENTIMOS CULPA AL COMER?

La culpa alimentaria no aparece de la nada, sino que suele estar arraigada en normas rígidas y en creencias sobre lo que es “bueno” o “malo” en la alimentación. Si hemos aprendido que ciertos alimentos están prohibidos o que hay reglas inflexibles sobre cómo y cuándo comer, cualquier transgresión a estas normas genera una sensación de haber hecho algo incorrecto. Pero aquí está la paradoja: la culpa no ayuda a mejorar la relación con la comida, sino que perpetúa el ciclo de restricción y descontrol

En muchas ocasiones, la respuesta a la culpa es tratar de corregirla con más control: compensando con ejercicio, reduciendo la ingesta en la siguiente comida o estableciendo nuevas restricciones. O, por el contrario, aparece la sensación de “ya da igual” y se entra en un estado de descontrol y desconexión del cuerpo. Así, la culpa nos empuja de un extremo a otro, reforzando la insatisfacción corporal y la sensación de que nunca estamos haciéndolo bien. 

DEJAR DE ACTUAR CON LA CULPA: EL VERDADERO CAMBIO 

El problema no es sentir culpa, sino lo que hacemos con ella. Si cada vez que aparece la obedecemos, la reforzamos. Es importante entender que la culpa se fortalece cada vez que cedemos a sus demandas. El objetivo no es luchar contra la culpa ni intentar hacerla desaparecer de inmediato, sino aprender a verla sin que dicte nuestras acciones. 

Ejemplo práctico: 

La historia de Ana.

Imagina a Ana, quien disfruta de un postre en una reunión familiar. Inicialmente, experimenta placer por el sabor y el momento compartido. Sin embargo, surge un sentimiento de malestar: 

* El desencadenante: Ante el comentario de un conocido o por la influencia de esos mensajes culturales siente que debe cambiar su cuerpo, Ana no se encuentra en un buen momento de su vida y comienza a sentir que su imagen no es suficiente. 

* La reacción: Motivada por el deseo de sentirse mejor y buscar aceptación, Ana decide cambiar su cuerpo. Empieza a pensar en dietas extremas o métodos de compensación, creyendo que así podrá alcanzar ese ideal y dejar de sentirse mal.

 * El ciclo: Este impulso por modificar su cuerpo refuerza la idea de que solo valdrá si cumple con ciertas normas, generando un círculo vicioso de autocastigo y cambios bruscos en su alimentación. 

Este ejemplo ilustra cómo los mensajes culturales y la presión social pueden llevar a que, en momentos de malestar, se busque cambiar el cuerpo como forma de compensar la culpa y alcanzar la aprobación. 

CAMBIANDO EL ENFOQUE: LA COMIDA COMO PARTE DE LA VIDA, NO COMO UN EXAMEN CONSTANTE 

El camino hacia una relación más libre con la comida no se trata de eliminar pensamientos incómodos de inmediato, sino de aprender a no enredarnos en ellos. Con el tiempo, la culpa perderá su poder y podremos disfrutar de la alimentación sin sentir que estamos constantemente en deuda con nuestro propio cuerpo. 

En ITEGRA, sabemos que la culpa es una emoción que puede condicionar nuestra alimentación y bienestar. Aprender a gestionarla y recuperar la flexibilidad alimentaria es un proceso que se puede trabajar. Si te identificas con esto y quieres mejorar tu relación con la comida, podemos ayudarte.

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